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lunes, 21 de agosto de 2017

De ruta por el Cinque Terre: Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore

El viaje a Cinque Terre es de aquellos que no pueden defraudar. 


La primera advertencia es de tiempo de estancia: el Cinque Terre, también conocido como el Golfo dei Poeti, necesita que le sea dedicado varios días para degustar cada uno de sus pueblos, atardeceres, caminos y acantilados.

Se denomina Cinque Terre a los 5 pueblos que forman parte del Parco Nazionale delle Cinque Terre, en la región de Liguria. Unas fantásticas montañas de hasta casi 800m, que desde los años 60 está prohibido construir y donde parece que el tiempo se haya parado. Y sin duda es esto lo que le da un encanto singular. Parece ser que todavía existen zonas costeras donde el hombre ha actuado con cierta inteligencia y buen gusto. Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore son los 5 pueblos colgados de montañas que forman el parco. Y lo mejor, un tren recorre todos los pueblos lo que te permite olvidarte por completo del coche. Un detalle, pero importante. La llegada del tren desde hace años ha hecho innecesario el coche evitando la masificación en las carreteras y los pueblos. Turismo sostenible 100%. 

Escogimos Monterosso como base para todos los días por ser el pueblo mas grande y con mas opciones. Nos alojamos en el Villino Wanda, reservado en LaComunity, una antigua villa acabada de reformar regentada por Alessandro. 

Monterosso es un pueblo en continua ebullición. Nosotros intentamos huir de los circuitos mas turísticos. Durante toda la mañana llegan en tren las hordas de turistas. El Villino está ubicado en la "nueva" parte del pueblo, cerca de la playa de la Fegina, lo que te permite estar con cierta calma y no siempre rodeado de calles en continuo movimiento. Alessandro acababa de reformar el Villino y los precios eran muy asequibles, seguramente en un año ya se habrán doblado. Desayunábamos cada día en el Villino lo que nos permitía coger fuerzas para las jornadas de trekking que teníamos en mente. El día de nuestra llegada aprovechamos para conocer bien Monterosso. Como siempre intentamos encontrar playas un poco alejadas, caminamos hasta el extremo norte, hacia Levanto, y pasado el puerto encontramos una pequeña cala que ya forma parte del Parco de Cinque Terre y donde pudimos realizar el primer baño casi completamente solos. Un lujo y un placer. 








El segundo día empezamos nuestra ruta de trekkings por todos los pueblos del Cinque Terre. Son rutas bastante duras y complicadas la mayoría. Además los itinerarios más asequibles que van ladeando el mar estaban la mayoría cerrados, por lo que tuvimos que escoger los caminos en la parte alta de las montañas. Recorrer todo el Parco a través de estos itinerarios fué un acierto. Las vistas son impresionantes. Los olores también. Han sabido mantener todo el encanto del paisaje prohibiendo la construcción desde hace ya muchos años. Han sido inteligentes y ahora recogen los frutos de poder tener un turismo de calidad y de poder adquisitivo, que aprecia un entorno virgen y sin maltratar. El primer trekking que hicimos fué el sendero de Monterosso a Vernazza. Desde la Chiesa ascendes directamente por la ladera de la montaña a través de innumerables escalones, tónica habitual en todos los itinerarios, hasta llegar a unos 400m por encima del mar y encontrarte las terrazas de viñas a tu derecha. 

A partir de ahí te quedan unos 90 minutos hasta Vernazza pasando entre olivos, viñas y pinos. Espléndido camino para llegar hasta la ladera de Vernazza donde pudimos tirar una de las fotos más clásicas del pueblo. Llegamos un poco cansados, pero mereció la pena 100%. Grado de dificultad moderado. 

Vistas desde el camino antes de Vernazza: 



 Vista clásica de Vernazza: 


Vernazza nos encantó. Lo primero que hicimos es recuperar fuerzas en una de las terrazas de la piazza que encuentras justo antes de la pequeña playa. La playa de Vernazza es en mi opinión la mejor de los 5 pueblos, es una pequeña cala, embarcadero, pero de arena fina, y desde la cuál se pueden ver las mejores puestas de sol. Nos gustó tanto que incluso repetimos un segundo atardecer. Después de recuperar fuerzas subimos hasta el castello y hasta arriba de la torre que lo corona, lo que nos permitió tener unas vistas panorámicas magníficas de todos los alrededores al pueblo. Estuvimos callejeando un buen rato y entrando en pequeñas tiendas de artesanía y productos locales. Hacía las 20h volvimos a la pequeña playa para darnos el último baño contemplando la espectacular puesta de sol junto a una buena cerveza local. 




El tercer día lo dedicamos a Corniglia y Manarola. Cogimos el tren hasta Vernazza y de allí fuimos directos al sendero hacia Corniglia. Está claro que debe ser el sendero de los dioses porqué el paisaje y los olores son de recuerdo. De nuevo, olivos y viñas te guían por todo el camino siempre con el mar a nuestra derecha. Son 1:30h de camino, muy exigente pero gratificante. Llegas a Corniglia bajando el sendero y te encuentras delante el pueblo con todos sus colores. 



El nombre de Corniglia tiene su origen en la gens romana Cornelio de Publio Cornelio Escipion, el Africanus, general romano de la República que conquistó Cartago y derrotó Anibal Barca en las guerras púnicas. Empezamos por la iglesia y callejeamos por sus pequeñas y repletas calles. Buscando un sitio donde comer algo, nos encontramos con una de las mejores vistas del Cinque Terre, la terraza del Bar Terza Terra, donde puedes ver Manarola al fondo tomando una de las mejores cervezas artesanales de la zona y también un vino blanco del mismo pueblo. Realmente merece la pena. Gran descubrimiento. 



Pero el día no había dado lo mejor de si. Continuábamos con ganas de nuevas experiencias y cogimos el sendero que une Corniglia con Manarola por las crestas de las montañas. Sin duda fue el mejor sendero que hicimos en todos los días. La dificultad es alta debido a la larga ascensión que es necesario realizar, son 2:30h de camino. Acabamos bastante agotados. Pero la experiencia lo merece. Después de la larga y dura ascensión entre pinos, se abren ante ti grandes terrazas de viñedos que caen encima del mar por toda la montaña. Siglos de trabajo para construirlas, hacen uno de los paisajes más imponentes del viaje. Es el llamado Paesaggio del vino. Y es donde nacen los vinos locales. Las vistas son increíbles y solo te rodean las viñas, lejos quedan las hordas de turistas de los pueblos. 



El descenso hacia Manarola no se puede decir que sea rápido y está lleno de escalones. Llegamos hacia las 17:30h y después de todo el trekking lo mejor que pudimos hacer es darnos un baño en el puerto, enfrente la roca negra enorme. Manarola es muy pequeño y la zona de baño es limitada, pero las aguas son limpias y nos supo a gloria. Merecido premio donde pudimos contemplar la increíble puesta de sol. Igual que en Vernazza, las tardes de estos pueblos son de ensueño si las dedicas a ver la caída del sol en el mar, todo un espectáculo. 



En Manarola nos perdimos por sus pequeñas calles de colores. También subimos hasta la mítica terraza del Nessun Dorma donde puedes tomarte una copa de vino con glamour y con unas vistas de ensueño al pueblo. Su nombre, Que nadie duerma, no defrauda a la mítica aria de Puccini ya que sus vistas y su fama dejan sin aliento a cualquiera. Pero, la cola de espera era larga y desistimos. Escogimos una pequeña terraza al llegar al puerto donde nos tomamos la cerveza artesanal del Cinque Terre, una ipa muy recomendable llamada Isola Palmaria. 




La tarde ya caía y cogimos el tren de vuelta a Monterosso donde acabamos cenando en el Il Casello, una buena terraza en el extremo sud de Monterosso con vistas a una de las playas con el único inconveniente que el tren pasa justo por al lado.

El cuarto día estaba dedicado a Riomaggiore, el quinto pueblo del Cinque Terre si se empieza por el norte o el primero si empiezas por el sur. Existen diversas formas de llegar a él. Un clásico es coger el Sendero del Amore que une Manarola con Riomaggiore, pero lo encontramos cerrado. Por este motivo, decidimos ir en el barco que une los 5 pueblos y que la última parada era Riomaggiore. Es una fantástica ruta que te permite divisar todas las montañas y pueblos del Parco desde el mar. Llegamos a Riomaggiore después de una hora, con un calor sofocante y con todas las hordas de turistas esperando para embarcar. Las vistas del empinado pueblo llegando desde el mar con el barco son únicas. 


Decidimos darnos un buen baño en la playa que queda justo a la derecha del pequeño embarcadero. La pequeña playa de grandes piedras, que me recuerda a la mítica Cala Pedrosa de la Costa Brava, fue un buen descubrimiento por sus cristalinas aguas y la cantidad de peces que se pueden ver con las gafas de bucear. Sin duda es una buena recomendación para realizar un alto en el camino antes de empezar a andar por las repletas callejuelas llenas de gente de Riomaggiore. Un pueblo tallado en las rocas que caen verticales desde las montañas. Nosotros decidimos empezar por comernos un panino en una de las pequeñas terrazas, coger fuerzas y empezar a callejear en sentido vertical hasta llegar a la Chiesa de San Juan Bautista y desde ahi hasta el Castellazzo di Cerrico donde encuentras una formidable panorámica a la bahía y donde divisas todas las montañas cayendo a la costa. Desde el castello, uno de los puntos mas altos del pueblo, nos perdimos por las diminutas calles de colores rojos y ocres, con porticones verdes, y con multitud de pequeños detalles artesanales que merecen que el caminante se pare y los observe con detenimiento. 


Es como si todo el pueblo hubiese sido concebido como una pequeña obra de arte. De vuelta ya a Monterosso, acabamos cenando esta vez en L'Osteria, una fantástica terraza donde es la misma mamma la que cocina. Volvimos a escoger pasta ya que, en mi opinión, es totalmente cierto que en Italia es donde mejor la cocinan. Como siempre la acompañamos junto con un vino blanco DO del Parco. Una vez mas nos guiamos con Tripadvisor y acertamos. 

Ya el quinto día decidimos pasarlo en Portofino donde nos desplazamos en tren (1h). Habíamos leído mucho del pueblo antiguo de pescadores donde celebrities y millonarios de todo el mundo se dan cita durante el verano. Es el pueblo que ya el escritor romano Plinio el Viejo dejo constancia de su belleza y en donde la jet set mundial se ha dado cita desde hace 200 años construyendo grandes villas en sus escarpadas montañas hasta que fue prohibido a mediados del siglo pasado, una acertada decisión de la cual algunos de los mejores pueblos de la parecida Costa Brava, como Llafranc o Calella, podrían tomar ejemplo y así asegurarse un buen futuro lejos de tanto cemento y construcción barata. 


Es el mismo pueblo donde Liz Taylor se hinchaba a comer pasta y donde se escapaba con Richard Burton durante el rodaje de Cleopatra. Podéis degustar sus spaguettis favoritos en el Hotel Splendido justo al llegar a la Piazzetta, un cinco estrellas super lujo que parece anclado en el tiempo. Portofino es una estraña mezcla entre un bonito pueblo de pescadores con sus casas de colores y porticones siempre verdes, un parque temático de tiendas de grandes marcas como Luis Vuitton y un garaje de grandes yates aparcados. Y esta combinación lo hace especial y te impacta en cada momento. Lo primero que hicimos es darnos un buen baño en una de las pequeñas y bonitas calas limítrofes de aguas limpias donde casi tienes que pedir permiso a los yates para bañarte. Solo llegar al centro histórico divisas todas las tiendas donde los "glamourosos" huéspedes de Portofino se visten al mejor estilo Prêt à Porter. A continuación nos sentamos a comer un panino en una de las terrazas de la Piazzetta donde ver pasar a la gente ya es un espectáculo en si mismo. Si todo el Cinque Terre nos había sorprendido por sus precios razonables, sin duda que ésta no es una virtud de Portofino. Cuando te dejas llevar y empiezas a caminar, te encuentras con bonitas sorpresas como el sendero entre árboles y grandes villas que te lleva hasta el castello, y a continuación hasta el faro en el extremo sur del pueblo. Este punto merece una parada para tomarse cualquier cocktail que se preparan en la terraza del Al Faro Lounge con vistas increíbles a toda la bahía de Liguria y donde dejamos pasar los minutos dejándonos llevar por el espectáculo. 



El último día lo dejamos para Monterosso. Monterosso es el pueblo con más oferta de playas, pues es el más costero y con un casco antiguo en el que perderte callejeando. La oferta gastronómica es inmensa, pero quiero hacer una especial mención al que creo que es, bajo mi punto de vista, el mejor restaurante de Monterosso, el Da Eraldo en el centro histórico. Nos comimos los mejores frutti di mare que nunca habíamos probado, junto a vinos del 5 terre, tinto y blanco y acabamos con un inolvidable Tiramisú que nos hizo sentir como auténticos "ligures" por un momento. Sin olvidar el limonccelo final al que nos invitaron. La terraza de Da Eraldo es de aquellas que no se olvidan, la mejor elección para nuestra última noche. 


Cinque Terre es, sin duda, un lugar especial reservado para los viajeros más exigentes y detallistas. Una tierra en la que sus gentes han sabido conservar el encanto primitivo que estas montañas y ésta costa fueron dotadas desde los inicios por la madre naturaleza.